Hace unos días, Jorge Fernández Torre me acercó esto, escrito por él hace unos años, en donde cuenta su experiencia con Don Florencio. Realmente me "tocó" mucho lo que aquí expresa y lo comparto con ustedes:
¡Hay un "RAVEN" en la Argentina! Yo lo he conocido. Posee un extraño récord que difícilmente alguien pueda igualar: "Es el hombre que más veces ha hecho la señal de la cruz, en jornadas de entrenamiento"
Transcurría el otoño de 1997. Mi estadía en Buenos Aires, me había conducido a desviarme del camino de la vida sana; trabajo, comida, diversión y descanso, eran los cuatro iconos que sintetizaban la esencia de mis días. ¿El deporte? Bien, gracias. Vivir en Nuñez, la "tierra" de mis padres, a sólo 20 cuadras del Monumental, al menos me permitía una vez cada 15 días, ir con mi novia Marcela, "La Funebrera", a ver a River. Llegábamos bien temprano y nos ubicábamos en la popular, respetando siempre el hueco reservado para "Los Borrachos del Tablón". Panza al aire, camiseta en mano, una hora antes del partido comenzábamos a alentar al millo: ¡Vamos River Plate, vamos River Plate. Yo soy de la banda loca del millonario, yo lo sigo a
River a todos lados, yo lo sigo a River, lo llevo en el corazón... Millonario: Yo te quiero ver Campeón. Vamos River Plate, vamos River Plate! Y así durante toda la tarde. Energía que se esfumaba en un par de horas y que se recuperaba con "superávit" mediante las hamburguesas del entretiempo y el chori en el puestito estratégicamente ubicado ahí nomás, en Figueroa Alcorta y Udaondo... Me olvidaba, no menos de un litro y medio de Coca Cola para hacerla bien "completa”. Y los lunes, después de la fiesta, me quejaba de los kilos sobrantes...
Así es que un día, por sugerencia de mi novia la "funebrera", que vivía a escasas cuatro cuadras del cementerio de la Chacarita, me vestí de deportista y a paso lento me dirigí a la playa de estacionamiento de dicho lugar. Fue precisamente un lunes. Casi las 10 de la mañana. ¡Ni los muertos andaban por el lugar! Pero, a las diez en punto, llegó en su bicicleta “Don Florencio", un pibe porteño de sesenta y pico de años. Sistemático como pocos. Preciso en cada uno de sus movimientos. Remera con
cuello y chaleco de lana para que el frío no lo sorprenda jamás. Y un montón de detalles propios de un corredor experimentado. Su rutina es dar vueltas a la playa de estacionamiento (que se extiende paralela a Av. Corrientes desde Federico Lacroze hasta Jorge Newbery) no más de sesenta minutos diarios.
Mi primer intercambio de palabras con él fue el siguiente: Buen día. ¿Usted corre siempre en este lugar? - Sí, está cerca de casa y a metros de mi futuro hogar (señalando con un ligero movimiento en su vista el imponente paredón del cementerio) Un muchacho de tu edad, no debe estar tan gordo. Si querés ya mismo empezamos a cambiar la historia. Esto se trata de llegar a trotar mucho y despacio, comenzando por dos vueltas y agregando de a una hasta poder un día completar las 15. Pero eso sí, acá tenés que ser respetuoso, en este horario los coches fúnebres pasan uno tras otro, si los ves venir de frente no te olvides de persignarte...
Y tenía razón. El primer día pude aguantarle sólo tres vueltas (unos 2000m), y mi reflexión fue: ¡Qué de gente se muere en Buenos Aires! Volví a la casa de Marcela y le dije: ¡Vos estás loca, olvidate de que vuelva a ese lugar!
Al otro día estaba ahí. ¡Y "Don Florencio" firme!. En esta ocasión, se trajo una frase pensada para utilizarla como estímulo para cuando me viera "arrugar" después de la tercer vuelta: "¡Esto es para machos!" Con sólo cuatro palabras logró que trotara seis vueltas, incluso animándome a sobrepasar su ritmo...
¡Para qué le habré mojado la oreja! La lección que me dio al otro día nunca la olvidaré: "Salimos religiosamente a las 10, a un paso muy lento, pero a los 400m me alertó que ese día las cosas serían diferentes; primero comenzó a imponer cambios de ritmo en los primeros 100m de cada vuelta, y a partir de la vuelta 5 su ritmo se convirtió en algo imposible de sostener para mí, por lo que terminé sentado en un banco del Parque Los Andes (frente al cementerio) viendo con asombro la calidad y la
elegancia de este corredor, su mirada siempre al frente, un braceo estrictamente coordinado, todo perfecto desde mi óptica de gordito frustrado, sentado en un banco con los codos apoyados en las rodillas y las mejillas entre las manos (imaginen la "postal" de un futbolista cuando lo mandan al banco por haber jugado mal) Entonces "Florencio" me dijo: "Hijo, en este deporte no se puede aspirar a más de lo que uno
vale; es conveniente ser humilde hasta para atarse los cordones de las zapatillas, no caer en el ridículo porque después el camino de retorno es muy lento y escabroso...”
Las vueltas de la vida me condujeron nuevamente a mi ciudad natal, Mar del Plata, y con las enseñanzas de Don "Florencio" como base, lentamente me fui infiltrando en el mundo de los corredores. Hasta que en septiembre del año pasado, en la vispera del "frustrado" Campeonato Iberoamericano de Medio Maratón, se me ocurrió arrimarme a aquella zona de la Chacarita, seis años después, a las 9:30 del viernes 24 de setiembre de 2003. ¡Creanlo! Me senté en el mismo banco de las frustraciones, me puse a observar los alrededores, todo igual... Y a las
9:50, lo vi llegar en su bicicleta, la ató en el mismo árbol, su ritual era exactamente el mismo, y luego de asegurarme que no se trataba de un "espejismo" me le acerque y le dije: ¡Qué tal Don Amilcar! ¿Se acuerda de mí? - Mi nombre es Florencio (me respondió corrigiendo el imperdonable error de olvidar su nombre) y si querés trotar unos kilómetros arranquemos ahora a ver si me puedo acordar del tuyo... Amilcar
era el pibe paseador de perros en el 97, por consiguiente vos debés ser Jorge ¿No?
Y trotamos las 15 vueltas. Finalizada la jornada de entrenamiento, Don Florencio me transmitió su enorme alegría por verme encaminado en el mundo del ATLETISMO, recordaba mejor que yo mi sufrimiento tratando de correr a su ritmo en aquella época. El jamás había mencionado la palabra ATLETISMO, ni siquiera hablaba de correr, sólo se lo escuchaba hablar de trotar... Él es un atleta formidable disfrazado de trotador. Un hombre de una gran cultura y generoso a la hora de enseñar lo que sabe. Un gran tipo...
Leyendo en EL CORREDOR de febrero, la historia de Robert "Raven" Kraft, tan magníficamente relatada por el Licenciado Gerardo Oemig y Carla Ríos, vino a mi memoria el recuerdo de Don Florencio. Una rara especie de "Raven" argentino, en diferentes escenarios de entrenamiento (¡vaya si son diferentes! ¿No?) pero con similitudes en sus vidas como corredores. Desde estas páginas, el
recuerdo de un amigo y un maestro: DON FLORENCIO. El próximo lunes tal vez, a las 10 de la mañana, quien pase por la playa de estacionamiento del cementerio de
la Chacarita, puede tener la oportunidad de conocerlo. No lo busquen del otro lado del paredón porque posiblemente se trate de un inmortal.
Jorge Fernández Torre.
(Febrero de 2003)
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